Mujer. Unos cuarenta años. Entra en el autobús y se sitúa delante de la puerta trasera, bien colocada para no entorpecer el paso. El conductor del autobús pega un grito ¡tienes que atarte! La mujer, sorprendida por la grosería del tono, supone que se refiere a ella y acierta. Contesta educada pero secamente que no le hace falta atarse a nada, que no está molestando a nadie. El hombre que conduce frena el autobús y contesta en tono provocador y agresivo pues si no te atas, yo no sigo.

La mujer hace el intento vano de explicarle al conductor por qué no va a atarse… porque los demás no lo hacen y ella no es diferente, porque sabe perfectamente controlar su silla en caso de maniobra brusca del conductor y porque no entiende la razón por la cual se SUGIERE atar un carrito de bebé y se OBLIGA a atar a una persona en silla de ruedas. ¿Es acaso porque no voy con una persona adulta que me acompañe? Soy una persona ADULTA y no lo necesito, alega.

La gente comienza a criticar a la mujer, el tono de las voces se desata y la atmósfera se contamina ¡Todos queremos llegar a casa! ¡Átate y no discutas, esas son las normas! ¡Yo no lo quería decir pero tú me obligas, vete a tu país!… La mujer lo tiene claro Yo no me voy a atar porque no soy una granada sin manija en el espacio público, SÉ controlar el movimiento como lo haría (o no lo haría) cualquiera de vosotros.

La policía entra en juego y amablemente la invita a atarse o a bajarse. Ella elije bajar pero comenta que no puede hacerlo con la rampa tal y como ha parado el bus. Nosotros la custodiaremos hasta la próxima parada, avisa la policía para acabar de abrir la brecha entre la estupidez y lo sensato. La situación se vuelve del todo kafkiana. El conductor deja a diez personas que esperaban subir al bus sin acceso al mismo y se enfila furioso hacia la siguiente parada.

La mujer llora casi secretamente. No entiende la feroz reacción de la gente, la custodia policial, el abuso del conductor. De pronto, antes de llegar a la siguiente parada, divisa a otra mujer, la única que ha decidido seguir en el autobús. No ha dicho nada hasta el momento. La mujer afectada por la disputa le pregunta ¿Por qué usted no ha bajado del bus junto con los demás? La mujer sentada le contesta amable y francamente Yo también quiero llegar a casa, he trabajado todo el día y estoy cansada, pero no me quiero ir antes de que este tema se resuelva de alguna manera. Por ello estoy aquí.

La protagonista de esta historia le da las gracias por su presencia e interés, se seca las lágrimas y se marcha a tan solo dos paradas del lugar donde había subido después de un largo día de trabajo, dispuesta a volver a su casa. La divisé calle abajo, un día con pretensiones de primavera.