En el documental My stuff, lo imprescindible para vivir, del finlandés Petri Luukkainen, plantea desde el principio la pregunta ¿Qué necesito para vivir? Después de separarse de su pareja, Petri, que cuenta con 26 años y vive en Helsinki, decide almacenar todo lo que posee y recuperar sólo una cosa al día durante un año sin la posibilidad de comprar nada (con la excepción de comida). “Necesito espacio para pensar por qué no soy feliz” dice en un comienzo.

Durante los primeros 7 días, todo lo que saca del guardamuebles le resulta muy relevante:

Cada vez que saco una cosa, mi calidad de vida se dispara. Este año será una fiesta, la fiesta de las cosas.

Hasta entonces Petri ha sacado: 1. Abrigo (está en Helsinky y es invierno), 2. Zapatos, 3. Edredón, 4. ¿?, 5. Jersey, 6. Camisa (para ir a trabajar), 7. Colchón. Pero el día 8, sentado delante del depósito, se da cuenta de que no necesita sacar una cosa cada día. La lógica “ve a por la almohada”, “ve a por los calcetines” es inútil. Por otro lado, descubre que ciertas cosas no tienen sentido si no están acompañadas de otras (ejemplo: una mesa necesita de al menos una silla, los utensilios de cocina no pueden usarse solos…). Por tanto, a partir de aquí va al cubículo a buscar cosas aproximadamente una vez cada 20 días (y se lleva unas cuantas más).

Finalmente, después de ciertas reflexiones sobre el consumo, Petri descubre que lo que realmente necesita es una pareja, y la encuentra a lo largo del film. Los encuentros con amigos y parientes son quizás lo más interesante de la película, como esa conversación con un niño (su primo) que le va preguntando qué hace todo el día sin televisión, ni ordenador, ni sofá, ni parrilla eléctrica (¿parrilla eléctrica?).

¿Tienes novia?

Le pregunta a Petri en la mitad del documental. Ante la negativa del protagonista, el niño responde:

¡Ah! Entonces es eso lo que necesitas.

Pero veamos un poco más en detalle… Estamos en Finlandia y Petri, aún dejando todo lo que tiene en su casa en un guardamuebles, parte con algunos recursos desde el día 1 de su proyecto. Para empezar, tiene una casa con calefacción encendida, ya que las temperaturas de su ciudad pueden descender a 20 grados bajo cero en invierno. Tiene una profesión y un trabajo, posibilitados por una formación superior. Nuestro protagonista tiene buena salud y agua caliente para asearse diariamente. Y finalmente, tiene toda una red de familiares y amigos que lo ayudan y lo acompañan durante todo el proyecto. Es decir, Petri está sostenido por un potente Estado de Bienestar y círculo relacional que le permiten no morir antes de concretar su objetivo.

Sobre necesidades básicas se han escrito ríos de tinta. La visión relativista cuenta con adeptos desde la izquierda y desde la derecha. Esta perspectiva sostiene la imposibilidad de defender un conjunto de necesidades universales más allá de cualquier diferencia cultural y económica. Desde la derecha las necesidades son exclusivamente individuales y se asocian a la idea de preferencias o deseos. Desde la izquierda se pone el acento en quién define las necesidades básicas, como expresión de una estructura de poder que acaba condicionando excesivamente la respuesta. La búsqueda de necesidades universales y objetivas es una quimera desde el punto de vista relativista.

No obstante, grandes defensores del Estado de Bienestar, como Ian Gough o Amartya Sen entre otros, defienden las necesidades universales como un hecho sociopolítico imprescindible para medir el desarrollo de la existencia humana y para poner de manifiesto las desigualdades sociales producidas en el sistema. La visibilización de la pobreza a nivel mundial requiere de parámetros homogéneos de medición y comparación, de definición de umbrales de pobreza, de Índices de Desarrollo Humano y otros muchos indicadores que permitan la comparación eficaz.

Más allá de estas aportaciones, esenciales para el desarrollo de una política pública más justa, es en la filosofía en la que quiero centrar la mirada. En términos generales, para esta disciplina la necesidad se entiende como Non potest non esse (lo que no puede no ser). Es necesario por fuerza, de lo contrario existe contradicción. Se entiende como encadenamiento causal condicionado por un supuesto básico. Necesidad es lo contrario de contingencia y, por tanto, implica determinismo y contradicción con la idea de posibilidad, libre albedrío o libertad; es inmanente y nos conecta con la dependencia. La filósofa Agnes Heller afirma que las necesidades básicas son un estado del género humano que no puede ser trascendido en razón de lo limitado de los recursos, es decir, nunca podemos llegar a liberarnos de ellas.

Aunque Agnes Heller forma parte de las teóricas relativistas, me interesa especialmente su aportación sobre lo que ella llama necesidades radicales. Heller las define como aquellas que no se pueden cuantificar, que se reconocen sólo en términos de existe-no existe, de sí-no. La autora afirma, además, que las necesidades radicales quedan erradicadas de la modernidad, ya que se asocian a conceptos premodernos y desterrados con el advenimiento de la modernidad. Según Heller, la idea de modernidad: 1. Presupone la libertad de elegir (se nace libre), 2. Opone lo cuantitativo a lo cualitativo (que queda desterrado), 3. Pasa de la creencia de la inmanencia a la idea de cambio permanente, 4. Antropocentrismo (nada que trascienda del ser humano)… entre otras características descritas.

El mundo moderno inventó la atribución meramente cuantitativa de necesidades. […] Todas las necesidades fueron colocadas en la economía, toda la satisfacción de necesidades en la producción y distribución de ciertos activos cuantificables. […] La modernidad es débil en espiritualidad; no se han creado nuevas necesidades espirituales, y las viejas son despreciadas. […] Las necesidades radicales son las que demandan satisfacción cualitativa […]. Las necesidades radicales están enraizadas en una imaginación alternativa […]. No reemplazan a la cuantificación de las necesidades, la equilibran.[1]

¿Cómo cuantificar la necesidad de mantener el ecosistema del planeta? El concepto de necesidad asociado a la conservación del planeta resulta complejo de abordar, se mide en términos de sí-no, de cualidad, trasciende en mucho la cuantificación. El ecosistema se mantiene o no, hacerlo en un 30% sería como decir que una mujer está un 30% embarazada. Heller me ha hecho pensar en la conservación del planeta como una necesidad radical. En este sentido, ¿podríamos afirmar que nos cuesta tomar conciencia de su absoluta relevancia para la subsistencia en parte porque la modernidad ha desterrado nuestra percepción como seres inmanentemente dependientes (de la Tierra que habitamos), así como la idea de trascendencia (entendida como lo que trasciende del género humano, que es erradicada de la modernidad junto a la cosmovisión religiosa)? Es evidente que las sociedades post-industriales son conscientes de la escasez de los recursos naturales, pero creo que seguimos anteponiendo otras necesidades a la de conservar el ecosistema y nos contentamos con la cuantificación. [2]

Hace unos cuantos años, en el marco de un estudio sociológico sobre el impacto social de un programa de televisión que generaba una gran movilización de la ciudadanía, me dediqué a visitar escuelas que participaban en la propuesta televisiva. Cuando pregunté a una profesora sobre el interés que generaba el proyecto entre el alumnado, ella contestó: “Les interesa mucho, si fueran temas relacionados con el medioambiente les parecería muy aburrido, pero este tema les encanta”. Esta frase sigue aún hoy retumbando en mis oídos, quizás por ella estoy escribiendo este post. ¿Qué hemos hecho tan mal para desentender a la juventud del cuidado de aquello de lo que más dependemos, de nuestra mayor y más inmanente necesidad?

Aparte de los argumentos comentados sobre la modernidad, fundamentales para entender nuestra concepción del mundo y nuestras acciones, creo que hay otras razones que por desgracia refuerzan la hipótesis de la influencia de la modernidad en nuestra falta de conciencia del cuidado del planeta como necesidad radical. Se refieren a las condiciones materiales de nuestra existencia. En efecto, ¿cuántxs de nosotrxs (la humanidad) trabajamos hoy la tierra para comer? o, dicho de otra manera, ¿cuántxs percibimos la dependencia del cultivo de la tierra para poder acceder a la alimentación diaria? Hoy en día más de la mitad de la población mundial vive en ciudades, más del 70% en países europeos. La ONU estima que, en 2050, el porcentaje de población urbana a nivel mundial será del 66%. En todos los casos las verduras llegan en cartón o plástico y su valor se traduce en moneda.

Por último y no menos determinante, es menester referirse a la influencia del sistema inmanentemente extractivista y oligopólico del capitalismo, que ha desarrollado, especialmente desde los años ochenta, dispositivos de poder (especialmente a través del despliegue de la ley y el sistema judicial) contrarios a la defensa medioambiental.

En una ocasión fui a escuchar a un filósofo español de renombre, en el marco de unas jornadas celebradas en Barcelona. En su exposición hizo una pregunta muy interesante: ¿Se imaginan ustedes un sistema de valores en el cual el cuidado del medioambiente se pusiera por encima de los demás (como el valor del trabajo remunerado, del crecimiento económico…)? Esta pregunta es absolutamente occidental, no extensible a otras comunidades (las indígenas tienen aquí mucho que enseñarnos), pero en este contexto resulta reveladora. Me lleva a una segunda pregunta: ¿Sería posible que la toma de conciencia de una necesidad y su conversión en satisfactores (objetivación a través por ejemplo de la aplicación de leyes contundentes en favor del medioambiente a nivel mundial) modifique por entero un sistema de necesidades?

Ello querría decir, entonces, dejar las mediciones respecto a lo que es o no tolerable en el medioambiente para nuestro sistema económico y apostar por soluciones más decisivas, como la prohibición absoluta de plásticos o de la deforestación en zonas como el Amazonas, entre otras muchas cuestiones. Dejemos por favor los debates estériles sobre el desincentivo a usar bolsas de plástico. ¿No podríamos considerar los desastres naturales provocados por intereses particulares como crímenes de lesa humanidad? Las mediciones en porcentaje acaban siendo subterfugios en algunas ocasiones, convenciones políticas estériles, no responden a la conciencia de nuestra primera necesidad, conservar la tierra que pisamos. No nacemos libres, dependemos de esta Tierra para poder vivir. Esta conservación y cuidado Non potest non esse, de lo contrario no podemos existir como especie. ¿Cómo pueden ser resilientes las sociedades que no responden a su primera necesidad?

Al terminar la conferencia, coincidí en la pausa café con el filósofo. Aprovechando su cercanía física le pregunté si creía que dentro del sistema capitalista era posible situar la conservación medioambiental como necesidad primera. Lo pensó unos segundos y respondió:

No lo creo.

Entonces le pregunté si no hubiera considerado relevante marcar esta puntualización en su intervención, dada la pregunta formulada durante la conferencia. A lo que contestó:

Prefiero que la audiencia saque sus propias conclusiones.

Más allá de figuras públicas que puedan contribuir al debate, creo que conectar con esta primera necesidad en nuestras sociedades urbanas, capitalistas e inmersas en la modernidad es fundamental (hablo de las nuestras, las que más consumen los recursos del planeta), no solo para conservar el futuro de la especie humana sino también para cambiar el campo gravitatorio entorno al cual imaginamos nuestras sociedades.

 

[1] Agnes Heller (1996), Una revisión de la teoría de las necesidades, Barcelona, Editorial Paidós. Págs. 120-122.

[2] Para hacer justicia a organizaciones como Greenpeace, grupos activistas como Basurama y otros muchos que luchan cada día por cambiar la escala de valores en nuestra sociedad respecto al medioambiente, hay que aclarar que ningún sistema es monolítico sino que conviven en él infinidad de alternativas posibles presentes y en pugna con el discurso dominante. Personalmente creo que estas organizaciones hacen un trabajo valiosísimo que puede llegar a cambiar el sistema de valores actual.