A la salida del metro, un grupo de persones espera el ascensor para subir al exterior. Entre los primeros de la fila hay un hombre de aspecto centroamericano. Dos mujeres de unos 50 o 60 años, situadas en la cola un poco más atrás, comienzan a hablar del hombre de adelante, en voz alta:

Yo no sé porqué se junta tanta gente en el ascensor, algunos tendrían que subir caminando…

El hombre se da cuenta de que están hablando de él, y les contesta que está en su derecho de subir por el ascensor. Una de las mujeres, sin mirar a su interlocutor, se dirige a su acompañante y le dice, en voz alta:

Yo no sé porqué algunos no se vuelven a su país, se piensan que pueden hacer lo que les da la gana…

El hombre se da la vuelta y contesta a la mujer:

Señora, ¿qué está diciendo? Yo soy un ciudadano más de este país, pago mis impuestos como cualquier otra persona, le guste o no, así que por favor, deje ya de decir tonterías porque me está ofendiendo.

La contestación del hombre me alivió. Pensé que el día en que nadie se anime a contestar estas agresiones racistas en el espacio público (ni la persona agredida, ni el resto de personas observadoras), tendremos un problema ya muy difícil de solucionar.

Desde una mirada de género, me pregunto si la situación hubiera sido diferente si la combinación hubiera sido al revés (mujer agredida y extranjera, hombre nativo)… Espero que sí.