Malos sueños. Artistas: Ayesta & Bression

ENTREVISTA A PABLO DE SOTO, ARQUITECTO, INVESTIGADOR Y ARTISTA. MIEMBRO FUNDADOR DE HACKITECTURA

  1. ¿Por qué decides elegir el tema de tu tesis?

Mi interés por el tema nuclear se remonta al año 1986, cuando siendo yo un niño sucede la catástrofe de Chernóbil. El accidente, en el contexto europeo, no tenía precedentes, y significaba que un evento en una instalación industrial singular tenía la capacidad para contaminar o afectar a países más allá de sus fronteras. Por poner dos ejemplos rápidos, hay zonas de Turquía que fueron altamente contaminadas por la lluvia radiactiva, áreas de Escocia o Reino Unido que aun hoy continúan afectadas. Siendo un niño, este acontecimiento me impresionó. La gigantesca y móvil nube de contaminación radioactiva suponía una amenaza invisible que era muy difícil de entender. Eso cautivó mi imaginación, el misterio de una lluvia invisible y un tipo de contaminación que tiene incluso la capacidad de alterar el código genético que crea la vida.

Ulrich Beck se refirió a Chernóbil como un shock antropológico, como un evento que no tiene límites ni en el espacio ni en la geografía. Las escalas del tiempo y el espacio quedan modificadas. Paul Virilio, por otro lado, se refirió al desastre como un accidente del conocimiento, que produce una parálisis cognitiva. Los elementos que irradia un reactor nuclear no existían antes en la naturaleza. Es decir, la actividad industrial humana, a través de esos ingenios tecnológicos, produce una naturaleza nueva. Esto me ha fascinado desde entonces, y por eso lo he querido abordar en mi tesis.

Hay un libro fundamental, que se titula Voces de Chernóbil: Crónica del futuro, escrito por la periodista Svetlana Aleksiévich, que en 2015 ganó el Premio Novel de Literatura. Ella entrevistó a mucha gente afectada por el accidente, que se referían al acontecimiento como una guerra sin enemigos. La Unión Soviética envió a todos sus efectivos y al ejército para tapar con cemento el reactor accidentado. Una guerra sin enemigos, donde las víctimas lo son del futuro, debido a la persistente contaminación, transmisión hereditaria y deformaciones genéticas: hay víctimas de Chernóbil que todavía no han nacido.

El hecho estaba tan fuera del entendimiento humano, que podríamos decir que fue un tipo de mutación histórica.

El peligro radiactivo de algunos elementos va a perdurar 24.000 años si se trata de plutonio, más de 300 años si es cesio. La radiación ionizante es un tipo de energía más potente que la química, y puede corromper las cadenas de ADN. Pero a diferencia de los guiones de Hollywood, donde las mutaciones convierten a personas normales en superhéroes y superheroínas, en la realidad estos cambios genéticos no producen efectos positivos, sino todo lo contrario. Se trata de una historia de ciencia ficción de terror muy real.

Por todo ello me decidí a hacer la tesis doctoral sobre Fukushima. Ya había decidido dedicar mi proyecto de fin de carrera de arquitectura a la ruina de una central nuclear abandonada en la Siberia Extremeña de España. Como dijo Paul Auster, uno se dedica cuando es mayor a resolver los misterios de cuando es adolescente. Así que dos meses después del accidente en Fukushima, me presenté a una beca destinada a artistas para hacer una residencia en Tokio de tres meses. Mi idea era investigar cómo los artistas estaban respondiendo a la catástrofe nuclear, a un accidente que como hemos explicado es muy difícil de entender, a un peligro que es invisible pero está ahí. Gracias a la beca conseguí ir a Japón a estudiar las respuestas sociales, activistas y artísticas a la crisis nuclear, a observar cómo se aborda y visualiza el problema desde estos actores.

  1. Cuéntanos más sobre tu tesis…

Lo que he hecho en la investigación de tesis ha sido situar el problema de Fukushima en el contexto de una discusión mayor, la del llamado Antropoceno. Esta idea sostiene que hemos entrado en una época geológica nueva en la cual la actividad de la especie humana ha modificado la variabilidad natural de la Tierra para siempre: cambio climático, aumento del nivel del mar, acumulación de nuevos materiales como plásticos, modificación del ciclo del fósforo y el nitrógeno, extinción masiva de especies… De hecho, se está utilizando la medición de radionucleidos, productos de las bombas de hidrógeno, como evidencia y marcador estatigráfico de esta modificación.

En los dientes de cualquier mamífero que haya nacido después del año 1945, se detectan elementos químicos nuevos como el estroncio 90, que no existían antes de la invención y explosión de la primera bomba atómica. Este hecho se agravó a partir de los 50 con las explosiones de “test” de cientos de bombas de hidrógeno en la atmósfera.

Y también, como escribe Svetlana Aleksiévich, quería saber cómo estudiar el futuro en el presente: no tenemos elementos cognitivos o precedentes para descodificarlo. Por otra parte, quería tener la experiencia personal, física, de estar allí… ¿qué haces cuando llueve? La comida… ¿Cómo vives con ello? El gobierno dice que está todo bien pero en realidad la gente no confía. Hay toda una maquinaria de conocimiento científico pero que se mueve en un ámbito de desconocimiento sobre los efectos futuros y es, por otro lado, un lenguaje abstracto al cual no todo el mundo tiene acceso.

A mí me interesaba especialmente la cuestión ontológica del tema. La capacidad del ser humano para producir de manera accidental elementos químicos nuevos, la capacidad de entender lo disruptivo, de explicar lo desconocido, lo invisible… ¿Genera todo ello parámetros nuevos de estar en el mundo?

Como he comentado antes, la pregunta principal que dio origen a lo que se ha convertido en la tesis es cómo la sociedad civil, los científicos sociales y el cuerpo artístico y cultural japonés estaban respondiendo a un evento de tal magnitud. Esos reactores explotaron a 200 kilómetros metros de distancia del área metropolitana de Tokio, que es la más poblada del planeta, con 35 millones de habitantes.

  1. ¿Y cómo abordas este tema tan complejo?

El abordaje desde la ciencia en este caso no era suficiente, había que acercarse desde una posición epistemológica poco ortodoxa. Para ello en mi tesis combiné el discurso científico-racional con la cuestión sensorial que aporta el arte al entendimiento.

¿Se puede reducir la complejidad de una modificación en la naturaleza, generada en este caso por la radioactividad, a unos valores numéricos? ¿O es necesario complementar esta aproximación con otra más sensorial que nos acerca a la imaginación del mundo, más propia del arte?

Pongamos por caso un bosque contaminado. Podemos representarlo en el territorio mediante un mapa de contaminación pero, ¿cuál es la experiencia filosófica, poética de acercarte a un bosque radioactivo? ¿Qué siente la gente? Svetlana Aleksievich comenta en una de sus entrevistas que a una mujer le dijeron “Tu marido ya no es tu marido, es un desecho radiactivo. No puedes verlo, porque en ese caso te contaminará a ti y a tus hijos”. ¿Cómo se expresan los artistas ante esta realidad?

Desde la tecno-ciencia hegemónica, por otro lado, se ha evadido el estudio de los efectos de la radiactividad por cuestiones políticas. Las recomendaciones de la OMS son muy laxas en este sentido y sus investigaciones en epidemiología derivados de accidentes nucleares, escasas.

Por otra parte, esta organización asegura que las víctimas de Chernóbil son algo más de 50 personas de muerte directa y algunos otros miles aquejados de cáncer de tiroides. Escuchar esto es muy doloroso para la gente afectada en Bielorrusia, Ucrania o Rusia, donde los estragos de la catástrofe son inmensos.

Por ello, un tema que está muy presente en mi tesis es cómo se mira a Fukushima y como se  produce el conocimiento de Fukushima. ¿Cómo conocemos la radioactividad y sus efectos? Y la respuesta es: la aproximación científica no es suficiente. Y creo que esta fue mi aportación metodológica: construir un cuerpo teórico científico pero prestar mucha atención también a un cuerpo sensorial, artístico, utilizando fuentes que hoy en día no son habituales en la academia. Así construí un archivo visual de más de 2.600 imágenes y vídeos que utilicé como referencias para escribir mi tesis. Ha sido un experimento.

  1. ¿Qué viste en esos vídeos? ¿Qué te sorprendió especialmente?

Me parece un fenómeno muy relevante la naturalización o normalización cultural de radioactividad. Hay testimonios de niños pequeños en Japón que son capaces de verbalizar la definición de radiactividad, y de ello se habla en la escuela. Pero por el otro lado se convive con esta realidad, en parte porque muchas familias no pueden marcharse de las áreas afectadas. Vi en una entrevista una mujer diciendo “No sé si evacuar o no, el gobierno dice que está todo bien, pero mi hijo dice que no quiere morir dentro de 20 años, lo hablan en la escuela”.

De hecho, hay laboratorios de mujeres ciudadanas que se dedican a medir la radioactividad, hay una respuesta ciudadana científica ante la desconfianza del discurso oficial.

En otro caso, una madre mueve la cama del niño porque encuentra que en medio de la sala la radiación es menor que en el rincón donde dormía el niño. ¿Cómo se representan estas variaciones en un mapa? ¿Cómo se entiende y convive con esta afectación? Otro caso, los niños refugiados de la zona afectada, de un total de 150.000 personas, tienen un medidor de radioactividad, pero solo los médicos del gobierno pueden decodificar esa información.

En un caso descubrieron que los niños tenían un nivel radiactivo muy elevado, y se dieron cuenta de que las viviendas públicas construidas para albergar a los refugiados tenían escombros quemados provenientes de áreas contaminadas. Consecuencia: esas casas-refugio contenían niveles más elevados de contaminación que la zona de la que habían sido evacuados…

  1. Cuéntanos cómo enmarcas el caso de Fukushima a nivel teórico…

La tesis está muy influenciada por el pensamiento y la radicalidad epistemológica de la bióloga y estudiosa de la ciencia Donna Haraway, autora del “Manifiesto ciborg”. Ella es muy crítica con el concepto de Antropoceno y pone mayor acento en una manera de nominar el período actual que señale los efectos generados por el capital.

Desde algunos ámbitos definidores del Antropoceno se afirma que los seres humanos podremos solucionar el problema medioambiental. A muy groso modo, se reduciría a que si bien hemos causado el cambio climático, con la geoingeniería le pondremos solución. Yo intento centrar esas discusiones en el contexto de Fukushima.

Hoy en día, en la región afectada, hay montañas gigantes de tierra radioactiva y no saben qué hacer con ella. Estamos hablando de nueve millones de bolsas de una tonelada a finales de 2015, repartidas por todas partes.

El discurso oficial, proveniente de la industria nuclear, afirma que la solución a la catástrofe está encaminada. Primero fue la negación del problema, de hecho van a hacer los Juegos Olímpicos en Tokio (¡quizás con alguna competición deportiva en Fukushima!), porque el discurso oficialista pregona el fin del problema. Y por otro lado suena recurrentemente un mantra asociado a los desastres medioambientales que dice que todo lo que destroce el ser humano se podrá solucionar a base de tecnología producida por este mismo ser humano.

Recopilando, en mi tesis intento contestar a estas preguntas: ¿Cómo se aborda el conocimiento de los problemas ambientales? ¿Cómo se miran hoy estos problemas o estas catástrofes, desde qué lugar ontológico y político? Una de las conclusiones es que necesitamos respuestas mucho más contra hegemónicas para acercarnos a estos problemas.

El capitalismo no sólo ha utilizado la naturaleza, la ha producido. La naturaleza no es algo externo, ni el capitalismo generador de externalidades, sino que capitalismo y naturaleza acaban por hibridarse, produciendo formas nuevas, como sostiene la tesis del Capitaloceno de Jason W. Moore.

  1. Crees que todos estos cambios producidos a raíz de la catástrofe puede haber generado el surgimiento de patrones alternativos o discursos no hegemónicos sobre cómo abordar el problema de la energía, en el caso de Japón?

Sí, sin duda. Hoy en día en Japón solo están funcionando dos reactores de los 52 que había antes del accidente de Fukushima. Esto ocurre porque hay un nivel de descontento y desconfianza muy elevados por parte de la población en las autoridades. De hecho, desde los años ochenta se decía que en Japón nadie protestaba. A raíz de la catástrofe ha habido protestas constantes en el país. En el 2012 hubo una cadena humana de 200.000 personas rodeando al Parlamento de Japón para que los reactores no se reencendieran. Piensa que en el llamado “Anillo del fuego”, donde se ubica Japón, suceden un tercio de los terremotos del mundo, hablando ahora de memoria. Y la asiduidad de grandes terremotos está aumentando en los últimos años.

Por otra parte, la inercia del capital hoy en día es tan gigantesca, que la industria nuclear acaba expandiéndose en otros países. La reacción ciudadana ayuda a replantear el problema de la energía en Japón, pero no en el resto del mundo. Incluso, es el propio Japón el que está planteándose construir centrales nucleares en otros países, como Vietnam, Jordania, Tailandia.

La inercia capitalista expansiva intenta siempre encontrar nuevos mercados. Otra noticia inquietante es que Bielorrusia, donde Chernóbil afectó más dramáticamente, está construyendo una nueva central nuclear. Y Rusia está testando una tecnología nueva: centrales nucleares en barcos. En cualquier caso el conflicto está en marcha y el debate está abierto, y diría que hay un sentimiento de que la energía nuclear es demasiado cara y de que habría que evitar que catástrofes como Fukushima sucedieran en el futuro.

Además de los posibles e indeseables accidentes, hay otro problema muy grave, que es la difícil solución a los residuos nucleares. Una central nuclear es como un váter sin cadena. ¿Qué hacemos con ellos? Aunque hoy paráramos la actividad de todas las centrales nucleares, los residuos seguirán siendo extremadamente peligrosos durante cientos y miles de años. Por ello la cuestión filosófica es tan importante. Hay que pensar en mantener esos desechos 100 mil años sin que entren en contacto con la atmósfera, con el agua… Las pirámides tienen 4.500 años. ¿Cómo el ser humano puede pensar con esta temporalidad? Quería entonces acabar la entrevista recomendando dos documentales recientes, dos ensayos visuales que tratan de manera original este problema: Into Eternity, de Michael Madsen, y Containment, de Robb Moss y Peter Gallison.