En un día diáfano de Noviembre, hace ya algunos años, iba caminando por la calle Portaferrissa, hoy una de las más comerciales de Barcelona. Una multitud bajaba y subía cuando de repente oí un profundo alarido, grito de enorme tristeza. Una señora en medio de la peatonal, llorando desconsolada, vestida de negro y con un pañuelo en la cabeza. Estaba pidiendo limosna, absolutamente derrumbada (física y emocionalmente). Solo sentí su llanto y observé su posición, arrodillada en el suelo, con la cara tapada. La gente marchaba deprisa, sin fijar la mirada. Pero el grito de aquella mujer dejaba a su alrededor un profundo silencio en la calle donde se situaba la antigua puerta de hierro que amurallaba la ciudad.