Leo con gran inquietud la especulación inmobiliaria producida en Río de Janeiro a raíz de los Juegos Olímpicos y cómo este evento se desarrolla en medio de una situación política de usurpación del poder por neoliberales de nueva ola, sin complejos tanto en la manera de acceder al poder como en la forma de ejercer la política, así como en las soluciones privatizadoras sin contemplaciones.

Sigo los artículos de la situación en Río y observo gentrificación, promesas no cumplidas a las personas desplazadas, inversiones públicas millonarias de nulo beneficio social (como el espectacular y desértico puerto Maravilla con oficinas “a punto de estrenar”), incremento de sobornos y corruptelas, aumento exponencial de la represión y vigilancia policial en pro de una supuesta mejora de la seguridad basada en la criminalización de la pobreza; en definitiva, la mercantilización de la ciudad expuestas al mejor postor.

Algunas propuestas resultan más bien una burla por su grado de contradicción. Es el caso del Museo del Mañana de Río. Según la alcaldía carioca, es un claro ejemplo de inversión en cultura que quedará como legado de los Juegos para la población. Se trata de un edificio dedicado a denunciar el despilfarro y la contaminación… diseñado por el faraónico y cuestionado Santiago Calatrava. Por otra parte, el Museo de los Pretos Novos, dedicado a la historia de la esclavitud, forma parte de la zona del puerto no turística y es casi inapreciable en su extensión. El Mañana, entendido de esta manera, no parece pues ser muy alentador.

En la travesía olímpica, Michel Temer brilla por su ausencia, al igual que sus políticas de corte neoliberal, que esperan cerrar un expolio con gritos de emoción festivo para abrir otros a escala estatal. Las voces críticas de la población contra Temer no permiten ser introducidas en los estadios y, cuando se cuelan por entre los pasillos, son automáticamente desalojadas. Esto es un evento deportivo. La política, afuera de las gradas, como si las gradas no estuvieran teñidas de política.

Afuera del estadio se prepara un estallido social sin precedentes en Brasil. Un presidente interino con el 86% de la población en contra comenzará a implementar políticas de venta generalizada de activos del estado y desarticulación de políticas sociales vía recortes presupuestarios… el día siguiente de dar por acabados por Juegos Olímpicos. Haciendo honor a su nombre, Temer prefiere no ir a despedir el evento, no conviene despertar al lobo. Al fin y al cabo, la falta de apoyo popular es un mal menor y no puede poner en tela de juicio un objetivo de semejante envergadura. Dejemos los personalismos, seamos pragmáticos.

Pero el pragmatismo, cuando no es acompañado de la lógica, necesita de dispositivos coercitivos. Es entonces cuando la cuestión de la fuerza se convierte en elemento fundamental. La fuerza policial (militar, por hacerlo más contemporáneo) y la fuerza de la ciudadanía descontenta con las políticas en boga. La fuerza manipuladora de los medios de comunicación no parece que vaya a contribuir a aclarar la situación, sino todo lo contrario. En todo caso, el conflicto ya está servido en la gran explanada deportiva.

Durante el mundial de 1978, viviendo todavía en Argentina, recuerdo que nos regalaron un vinilo del himno del Mundial de fútbol, que se celebraba en este país en medio de la peor dictadura militar que ha sufrido nuestro país. El equipo argentino iba ganando, así que en un momento de entusiasmo mi hermano y yo decidimos poner el himno en el salón de casa. Mi madre entró de repente, sacó el disco y nos dijo “Esto, en mi casa, no se escucha”. No dio más explicaciones. Cuánta razón tenía.