Empecé a interesarme por la resiliencia urbana después de 10 años de dedicarme a la consultoría en el marco de las ciudades y preguntarme, una y otra vez, ¿qué factores pueden producir cambios en sentido positivo en entornos sociales, económicos, de gobernanza o en el hábitat urbano? O, por el contrario, ¿qué elementos impiden el desarrollo de estos factores? Y, para evitar lugares comunes y malentendidos, estas preguntas conllevan otra: ¿quién define lo que significan las “dinámicas positivas” en una ciudad o territorio?

El primer intento de abordaje del concepto de resiliencia urbana fue, en mi caso, a través de uno de los primeros Círculos Urbanos que organizamos en la Escuela del Igop de Barcelona. Para hacerlo, propusimos leer un artículo de Brian Walker y otros autores, escrito en la revista Ecology and Society, e invitamos a investigadores del grupo POLURB que entonces estaban trabajando en el tema.

Y allí surgió la primera dificultad: definir el concepto y debatir sobre su aporte (o falta de sentido) a las ciencias sociales y al hecho urbano. En efecto, el vocablo es una importación proveniente de otras disciplinas. Desde la física, la resiliencia se define como la capacidad de un material de no romperse y volver a su estado de normalidad después de un fuerte impacto. Desde la psicología, se entiende como la capacidad de una persona de hacer frente y recuperarse de un shock. Desde la ecología, supone la capacidad de un ecosistema de recuperarse de un impacto que amenaza su equilibrio biológico. En los tres casos existe un objeto o sujeto bien identificado: un material, una persona, un ecosistema.

Pero… ¿podemos llamar resiliente a una ciudad, en su totalidad? A diferencia de los objetos, los sujetos o incluso los ecosistemas, las ciudades están caracterizadas por su complejidad y la relación de fuerzas entre grupos de intereses con frecuencia contrapuestos. Este punto también es discutible para muchos, especialmente para aquellos que entienden la ciudad como sistema.

Los defensores de esta perspectiva sistémica, en sociología, serían definidos como funcionalistas. Esta corriente teórica asemeja la organización social a un órgano vivo que, mediante las diferentes funciones de sus partes, contribuyen al equilibrio general del conjunto (que beneficia a todos). Por tanto, las desigualdades en el sistema son consideradas necesarias y obedecen más a las funciones asumidas por los agentes que a las consecuencias de luchas por el poder.

Lamentablemente, no puedo estar de acuerdo con esta teoría. El espacio urbano me resulta sugerente justamente por ser reflejo de las contradicciones de la sociedad y de las fuerzas de poder que en ella coexisten. Pensemos en un ejemplo. En un barrio de Barcelona existe un problema de aluminosis generalizado en los edificios. En este caso, se podrían plantear diversas estrategias. Una de ellas sería llevar a cabo una acción de reconstrucción participativa con el vecindario, bajo parámetros de construcción ecológica, que generen trabajo en el barrio y refuercen el capital social. La otra sería aprovechar la ocasión para derrumbar los edificios y favorecer la especulación de nueva construcción y los procesos de gentrificación asociado a un discurso de “modernización del barrio”, atracción de nuevos capitales, etc. fruto de la presión de lobbies inmobiliarios. En definitiva, ¿qué es resiliente en este sentido? Determinadas estrategias, provenientes de determinados actores, cargadas de determinados intereses, en un contexto de recursos siempre escasos (de suelo, de inversión pública, etc.).

Por tanto, como primera conclusión, me resultará más cómodo hablar de estrategias resilientes, de grupos resilientes o de prácticas resilientes más que de ciudades resilientes en su conjunto. La segunda conclusión es que, dependiendo de cómo se defina el concepto, puede dejarse exento el factor (clave) de la dimensión del poder o, por el contrario, seguir la pista de la resiliencia urbana preguntando qué funcionamiento asegura, para qué/a quién sirve o en qué estrategias se integra. Esta última opción me resulta mucho más sugerente. La tercera conclusión es que, según esta lógica, habrá que preguntarse si es pertinente atribuir al concepto de resiliencia urbana, como regla general, una connotación positiva, tal como se entiende en otras disciplinas. Para ser honesta, si quiero iniciar la andadura de la resiliencia urbana, tendré que partir de estas apreciaciones.